DIA DE LA MUJER TRABAJADORA
El 8M, Día Internacional de la Mujer Trabajadora conmemora la lucha obrera de 146 mujeres trabajadoras que murieron calcinadas cuando protestaban contra la opresión capitalista que les imponía infames condiciones laborales y salarios de miseria.
Que el ejercicio de la actividad laboral es un derecho de todas las mujeres es innegable. Si bien compartimos los mismos problemas que afectan al conjunto de las trabajadoras, nuestra condición de mujeres musulmanas los multiplica.
La lógica indica que, independientemente del sexo, la selección de una persona candidata a un puesto de trabajo debe ajustarse a la cualificación y capacitación requeridas. Sin embargo, la realidad pone de manifiesto que los prejuicios y estereotipos hacia las mujeres musulmanas interfieren en la misma, dificultando su acceso al mercado laboral.
Las mujeres musulmanas sufrimos una discriminación continua para acceder a un puesto de trabajo, a las entrevistas laborales, a realizar prácticas formativas o a poder promocionar a otras categorías laborales por la sencilla razón de vestir velo. Nuestra capacidad para asumir puestos de trabajo, de responsabilidad o de dirección, no puede depender de vestir o no un trozo de tela en la cabeza.
La beligerancia con la que el pensamiento laico pretende reducir e invisibilizar cualquier expresión religiosa en el espacio público, defiende por ejemplo, que una profesora no pueda ejercer su docencia en un espacio educativo en el que, irónicamente, se inculca el respeto a la diversidad como base fundamental de la educación.
Idéntica situación se repite en el ámbito sanitario, donde una doctora, médica o enfermera tampoco puede trabajar si usa velo, priorizando la indumentaria a la valía profesional de la mujer que lo viste, extendiéndose este patrón de rechazo a muchos otros trabajos, en especial, los relativos al trato directo con el público.
Cuando nos obligan a decidir entre trabajar renunciando a nuestra identidad, a ser relegadas a trabajos de baja cualificación en peores condiciones laborales y económicas, así como a sufrir despidos improcedentes, se están violando nuestros derechos humanos y consecuentemente nuestra dignidad.
Son frecuentes los trabajos en los que somos vejadas, presionadas o contempladas como “elementos incómodos” que nos generan importantes secuelas con un trasfondo psicológico, tales como ansiedad, estrés, frustración, sensación de fracaso, baja autoestima…
Es de vital importancia informar que la Directiva Europea de 2000/78/CE del Consejo de 27 de noviembre de 2000 relativa al establecimiento de un marco general para la igualdad de trato en el empleo y la ocupación, reconoce por principio de igualdad de trato “la ausencia de toda discriminación directa (cuando una persona sea, haya sido o pudiera ser tratada de manera menos favorable que otra) o indirecta (cuando una disposición, criterio o práctica aparentemente neutral pueda ocasionar una desventaja particular a personas con una religión o convicción, con una discapacidad, de una edad, o con una orientación sexual determinadas, respecto de otras personas)”.
Igualmente la Directiva 36/55 de la ONU sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las convicciones entiende por intolerancia y discriminación “ toda distinción, exclusión, restricción o preferencia fundada en la religión o en las convicciones y cuyo fin o efecto sea la abolición o el menoscabo de la igualdad de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales” dejando claro que cualquier acto discriminatorio de índole religioso está tipificado como tal, entonces ¿a qué espera nuestro ordenamiento jurídico para dejar de mirar hacia otro lado y empezar a condenarlo?
Las mujeres trabajadoras padecemos a su vez la carencia de recursos reales y efectivos, en coste y proximidad que posibiliten la conciliación de la vida laboral y familiar. Servicios tales como escuelas infantiles, comedores escolares en los que se incluya menú halal, disponibilidad de los festivos religiosos islámicos, adecuación del horario laboral para asistir a la oración del viernes, al igual que en el mes de ramadán para la ruptura del ayuno. La ausencia de estas prestaciones y derechos conlleva riesgos socioeconómicos que dificulta la ruptura del círculo de precariedad y vulnerabilidad social.
En pleno siglo XXI, las mujeres musulmanas continuamos siendo interrogadas por nuestras creencias religiosas, observadas con toda una carga de prejuicios y estereotipos que se nos reduce a un concepto de mujer estigmatizada, oprimida y sometida al mandato del varón. Estereotipos que limitan y dificultan nuestro acceso, en igualdad de condiciones, a los ámbitos educativos, laborales, de vivienda, de derechos culturales y religiosos, siendo únicamente aceptadas si accedemos a esa dócil asimilación y renunciando a todo aquello que nos identifica como tales. De lo contrario, continuaremos siendo relegadas a ser instrumentalizadas alimentando su discurso islamófobo.
La defensa de los derechos y libertades por la que apostamos es aquella que reconoce y acoge todas las luchas. Estas luchas son tantas como mujeres habitan en el mundo, entendiendo que estas reivindicaciones deben contemplar la igualdad de condiciones entre mujeres y hombres que caminan juntos y no enfrentados, tal y como expresa la azora Al Baqarah, aleya 187 “ellas son una vestimenta para vosotros y vosotros una vestimenta para ellas”.
Nosotras, mujeres musulmanas, denunciamos:
1- la imposición del actual sistema capitalista
2- la tiranía de los dictados productivos y de consumo.
3- La limitación de nuestros proyectos de vida obligándonos a elegir entre la maternidad o el desarrollo de la carrera profesional.
Creemos que la igualdad continuará siendo una utopía mientras no se erradique la islamofobia y el racismo institucional, político, educativo, mediático y digital que, con sus múltiples formas de violencia y negación, validan los discursos de odio y legitiman estas prácticas discriminatorias.
Conscientes y orgullosas de nuestra elección, veladas o desveladas, las mujeres musulmanas reivindicamos nuestra legítima capacidad de ser las mujeres que queremos ser. Convencidas de que, trabajando por una sociedad, equitativa y justa, que garantice la igualdad de oportunidades atendiendo a las necesidades específicas de hombres y mujeres, podemos lograr la construcción de una sociedad basada en los principios de equidad, justicia social y defensa de los derechos humanos.
Como trabajadoras musulmanas demandamos políticas activas de empleo que prevengan la discriminación laboral que sufrimos habitualmente: cláusulas de contratación de empleo que recojan explícitamente la no discriminación por motivos religiosos, la implicación sindical ante las condiciones de explotación laboral que nos desampara, los currículos ciegos y el cumplimiento normativo.
Reclamamos un compromiso social e institucional que establezca sinergias para abordar la islamofobia y remover los obstáculos que impiden nuestro pleno reconocimiento y derecho de ciudadanía.
Para finalizar, nos ratificamos en la convicción de que no necesitamos buscar fuera del Islam, lo que ya tenemos garantizado en el mensaje Profético. Para nosotras, el referente de mujer y de hombre, así como sus derechos y libertades, lo encontramos en el Islam, por la Misericordia de Al·lah.
“…y no te hemos enviado (Oh, Muhámmad) sino como una misericordia para con todo el mundo…” (al-Anbiá’ 21:107)
MUSULMANES CONTRA LA ISLAMOFOBIA